La leyenda de Hogol y el Rey Cerdito

C uenta una leyenda que una vez, no muy lejana aun en el recuerdo, el último de los Hogol llegó al reino de Argal.
El soberano de aquel lugar era Argal III, el cual hacía pocos años que se había desposado con la bella princesa Sara, por lo cual toda la corte se desplazó de una ciudad a otra por expreso deseo de la nueva reina.
El Rey era conocido por su particular debilidad por la carne de cerdo, por lo cual tenía grandes extensiones de su territorio dedicados a su cría. Es por ello que familiarmente se le llamaba el ‘Rey Cerdito’.
Y así fue que Hogol llegó al castillo donde habitaba el rey y todo su séquito y de muy buen modo fue recibido y tratado.
Allí conoció a Nat, la hechicera de color cobrizo que conseguía con su sola presencia arrancar una sonrisa; y al valiente Sir Alons: famoso y admirado por su arrojo y valentía en las cacerías de jabalíes salvajes. Junto a tan noble guerrero siempre se encuentra su fiel escudero Conrad, persona un tanto retraida pero de noble corazón.
Hogol se sintió inmediatamente interesado por la magia de Nat y sus poderes, puesto que aunque en menor medida él también sabía un poco de las artes del encantamiento. Es por ello que un día Nat invitó a Hogol a sus aposentos para enseñarle algunos de sus logros con la magia. Una vez allí Nat le mostró el hechizo de la pared de agua. Ella le llamaba así puesto que conseguía que una pared cualquiera tuviera la apariencia del agua quieta de un estanque, reflejando todo lo que se encontraba junto a ella. Eso era mucho más que cualquier otro truco que Hogol conocía por lo cual se mostró muy impresionado:
- Tu magia es realmente poderosa Nat. Conoces otros hechizos tan maravillosos como este que me has mostrado?
- Conozco otro que aun es mejor que este pero no he conseguido que funcione correctamente. - Y de que se trata?
- Bueno, yo le llamo el 'baúl de los recuerdos’ y consiste en guardar en este baúl que ves en ese rincón de la estancia todas las imagines que se han reflejado en la pared de agua. Pero algo falla porque no consigo que el agua esté calmada y al moverse distorsiona los reflejos que tengo guardados. Tendré que repasar mis libros de encantamientos.
- Es increíble... quizás podrías enseñarme alguno de esos libros para aprender algo de ellos.
- Claro! están todos en esta mesa. Puedes venir a leerlos cuando quieras, pero te tomará tiempo empezar a aprender de ellos.
- Quizás el Rey sería tan amable conmigo de permitirme quedarme con vosotros por un tiempo y así podría aprender algunas de tus artes.
- Creo que de buen grado accederá a tu petición, puesto que nunca niega el cobijo a personas nobles como tú.
Efectivamente, el Rey se mostró muy generoso e incluso complacido al saber de las intenciones del Hogol. Ordenó que se le preparara una alcoba grande pero acogedora y que se tratara con respeto y cortesía al invitado, cosa que no era necesaria puesto que la gente ya lo había aceptado como uno de ellos. Quizá fuera por su sencillez y simpatía, no sabía con certeza, pero era claro que se sentían a gusto en su compañía y él con la suya.
Pronto conoció las bromas y chanzas de Marsal, con el cual intercambió numerosas historias cómicas, y al hábil Toms, el administrador del tesoro real, del cual decían sus amigos que era capaz de hacer dinero vendiendo piedras.
De este modo transcurría el tiempo plácidamente en aquellas tierras, aprendiendo la magia de los libros de Nat y paseando por el campo con las bellas damas de la corte a lomos de roZXinant: su fiel caballo blanco, las cuales siempre tenían una sonrisa de agradecimiento por dispensarles su atención, especialmente la joven y alegre Merc, la cual acudia un día tras otro a dichos paseos. Pero un terrible suceso vino a romper la calma y la paz que imperaba en aquel castillo de fantasía.
Fue Nunci, la mejor amiga de Nat, la que irrumpió en su estancia mientras estábamos repasando sus libros para advertirnos que el Rey estaba muy furioso.
- Corred, corred, algo terrible ha ocurrido!
- Que ha pasado?
- Pronto! pronto...!
Hogol nunca había visto a Nunci tan asustada, pues ella era una de las damas más alegres y vivarachas del castillo. Es por eso que pensó que el problema debía ser realmente grave.
Los tres se dirigieron al encuentro del Rey para averiguar la naturaleza de tan terrible suceso. Llegaron a la sala del trono real donde ya estaban reunidos todos los cortesanos. El joven y apuesto Dav se acercó a ellos para explicarles lo sucedido.
- Parece ser que ha llegado un fiero león al reino y está devorando todos los cerdos que encuentra a su paso.
- Pero es que los cerdos están sueltos y libres en el campo?
- Así es, puesto que así su carne es más tierna y suculenta. Esas son las órdenes del Rey.
El Rey se sentía realmente lleno de ira y no cesaba de lanzar grandes gritos y agitar los brazos en tono desafiante.
- Acaso nadie en este reino puede detener a esa bestia? Es que vamos a dejar que ese monstruo devore todos mis queriditos cerditos sin ni siquiera mover un dedo?
- Numerosos son los valientes que se han enfrentado a él, Majestad (respondió Ferrn, el consejero real), pero nadie ha conseguido ni siquiera asustarle. Es una fiera realmente magnífica.
- Magnifica? Magnifica? Esa cosa se come mis cerdos! Es abominable! Quiero que acaben con él!! En el acto! Yo soy el Rey y este es mi deseo y mi exigencia!
- Nosotros acabaremos con ese engendro majestad!!
- Quien ha hablado? Acercaos!
- Con vuestro permiso Majestad... Somos los caballeros de la Orden de Artur Ensen, que vamos el encuentro de nuestro lejano reino y que vos tan generosamente habéis dado cobijo en vuestro castillo por unos días.
- Quienes son esos individuos y porque visten de ese modo tan señorial y hablan en ese modo un tanto altanero? (preguntó Hogol a Nat).
- Son caballeros del reino de Artur Ensen. Llegaron hace un par de días, camino de su patria.
- Decís que vosotros podéis terminar con esta pesadilla? (preguntó el Rey)
- Pongo mi espada a vuestro servicio Majestad, y con ella la de los nobles caballeros que me acompañan.
- Si es cierto lo que decís, mi gratitud hacia vosotros no tendrá límites. Partid inmediatamente en su busca y no volváis hasta que lo hayáis matado.
- Así será Majestad...
Y con estas palabras los caballeros partieron del castillo en busca del fiero león que estaba diezmando a los inocentes cerditos del reino de Argal.
Los días siguientes a su partida no fueron demasiado esperanzadores, pues constantemente llegaban noticias de nuevas matanzas de cerditos pero ninguna de la muerte del león, por lo que el Rey se sumió en una profunda tristeza y frustración.
Tras un mes de infructuosa cacería, los caballeros regresaron al castillo cabizbajos y maltrechos.
- Y bien? (preguntó el Rey impaciente) Donde esta la cabeza de ese animal?
- Majestad, lo sentimos grandemente pero no hemos podido matarlo. Hemos luchado contra él varias veces, siempre con verdadera valentía y coraje pero a pesar de ello no hemos conseguido derrotarle. Esa bestia tiene la fuerza de cien hombres y la fiereza de cien tempestades! Nadie puede derrotarle.
- Graves noticias nos habéis traído nobles caballeros y aunque vuestra cruzada ha sido infructuosa, agradecido estoy por ella. Id a vuestros aposentos a descansar puesto que de seguro os lo habéis ganado. Yo por mi parte me retiro también puesto que tengo que meditar sobro todo esto.
Y sin decir nada más ni mirar a nadie, el Rey salió de la sala con un rostro verdaderamente preocupado.
Hogol se sentía un poco incomodo en esta situación, puesto que deseaba ayudar pero por otro lado los Hogol no son gentes de lucha y fiereza. por lo cual poco servicio podría darles. Es por ello que decidió partir de aquellas tierras y reanudar su viaje. Al contarle sus intenciones a Nat, ella se mostró un poco triste pero comprendió los motivos que impulsaban a Hogol a hacerlo. - No te sientas mal por no poder acabar con ese león. Ni los más valientes caballeros pudieron con él así que nada podrías hacer para vencerle.
- Ciertas son tus palabras, Nat, pero en el espíritu de los Hogol siempre viven las ansias de ayudar al que está sufriendo y vuestro Rey está sufriendo mucho ahora.
- Lo se, pero hay cosas que no se pueden resolver solo con la voluntad. A ese león solo podría derrotarle otro león tan fuerte como él.
- Como has dicho?
- Que solo un león tan grande y fuerte como él podría derrotarle...
- Claro!! Es verdad! No se me había ocurrido! Ya lo tengo!
- Que es lo que se te ha ocurrido? A que viene todo esto?
- Vamos a ver al Rey, corre!!
Y así fue que a los pocos minutos el Rey estaba nuevamente sentado en su trono frente al Hogol y a Nat.
- Majestad, creo que se como podemos librarnos del león (dijo Hogol)
- Estas seguro de lo que dices amigo mío?
- Creo que sí majestad, pero necesitaré ayuda.
- La que necesites, con tal que mates a ese animal.
- Solo necesito unos albañiles y la ayuda de Nat, Majestad
- Albañiles? Que es lo que te traes entre manos?
- Quiero levantar un muro majestad
- Acaso quieres encerrar a mis cerditos como vulgares ladronzuelos?
- No Majestad, solo pretendo levantar un pequeño muro. Confiad en mi: vuestros cerditos no sufrirán ningún daño.
- Sea entonces. Toma los albañiles y todo cuanto creas conveniente pero traeme la cabeza de ese león.
- Enseguida nos ponemos manos a la obra Majestad.
Al poco rato de decir estas palabras y ante las perplejas e incrédulas miradas de todos, Hogol partía del castillo acompañado de Nat y los mejores albañiles de la corte.
Se dirigieron a las tierras donde últimamente se habían tenido noticias del león y se detuvieron en un verde prado donde los cerditos del Rey gustaban frecuentar. Hogol pidió a los albañiles que levantaran un pequeño muro de no más de dos metros de altura por unos veinticinco de longitud, recalcándoles y poniendo especial atención en que la pared debía ser lo mas plana y perfecta posible.
Los albañiles no comprendían nada y sabiendo que el león rondaba por aquellas tierras no se sentían en absoluto tranquilos. Sin embargo cumplieron fielmente los deseos del Hogol y en poco tiempo el muro estuvo terminado.
- Que vamos a hacer ahora, Hogol ?
- Ahora solo tenemos que esperar y con suerte nuestro problema se habrá terminado.
- No comprendo lo que te traes entre manos.
- Confía en mi, Nat, si mi idea da resultado pronto volveremos a casa. Anda: ven conmigo que tenemos que escondernos.
Se subieron a un árbol cercano al muro que los albañiles habían levantado y allí esperaron pacientemente la llegada del león.
Tras unas largas y aburridas horas de espera el león apareció en la lejanía, acercándose con parsimonia y sin ocultarse de nada ni de nadie. Los pobres cerditos, al advertir la presencia de tan poderoso depredador huyeron despavoridos.
El león seguía acercándose lentamente hacia el muro sin inmutarse.
- Dios mío Hogol, es enorme! Que vamos a hacer?
- Tranquila, hemos de esperar que se acerque un poco más... un poco más... ahora!
Rápido Nat, necesito que lances el hechizo de la pared de agua sobre ese muro! Pronto!
- Pero para que?
- No preguntes y hazlo, ya!
Nat lanzó el hechizo al muro y en un instante empezó a reflejar todo cuanto se encontraba frente a él.
Al principio el león no advirtió nada, pero finalmente vio que un gran león se interponía en su camino. Titubeó por un instante y luego lanzó un gruñido amenazador, abriendo la boca exageradamente para mostrar sus poderosos dientes. El otro león hizo lo propio y mostró sus afilados colmillos a su rival. El león empezó a hacer gestos amenazantes y demostraciones de fuerza a las cuales siempre respondía el otro león con actos igual de poderosos.
Finalmente se abalanzó sobre su enemigo, al tiempo que el otro hacía lo mismo. Sus cabezas chocaron y por un momento se retiraron aturdidos por el colosal impacto, pero inmediatamente se volvieron a atacar. Intentaban morderse con sus poderosas mandíbulas y darse mortales zarpazos pero ninguno de ambos conseguía hacer mella en el rival. La lucha era terrible y sin cuartel. El león poco a poco se fue agotando debido a la fiereza de la lucha y de su larga duración y finalmente, después de varias horas, el león cayó al suelo extenuado.
- Rápido Nat: ahora es el momento! Está completamente agotado y no nos podrá hacer nada!
- Es increíble! Como se te ha ocurrido hacer algo así? Nunca lo hubiera imaginado!
- Los Hogol no sabemos luchar pero tenemos imaginación. El pobre león ha hecho todo el trabajo por nosotros.
Con el león bien atado y montado en una carreta, volvieron al castillo para dar la buena nueva a todos.
La llegada fue triunfal y todos acudieron para aclamar a los valientes que habían apresado al fiero león.
El Rey mostraba una cara radiante y alegre que no se recordaba desde hacía mucho.
- Mi querido Hogol, nos has salvado a todos de la maldad de este animal y te estoy agradecido infinitamente, todo lo que me pidas y que esté en mi mano te será concedido!. En cuanto a ti bestia inmunda, voy a ordenar que te aniquilen en el acto!
- Perdonad Majestad, quisiera pediros solo una cosa.
- Y que cosa es, amigo mío?
- Quisiera que perdonarais la vida de este león, puesto que en realidad solo mata para satisfacer su necesidad de alimento. No creo que realmente sea un animal malvado.
- Como?? Acaso pretendes que lo vuelva a poner en libertad para que vuelva a devorar a mis cerditos?
- En realidad había pensado que, ya que los caballeros de Artun Ensen partirán en breve hacía remotos lugares y de algún modo su honor quedó un poco maltrecho, podrían acceder a llevar al león consigo con la promesa de liberarlo en un lugar seguro para vuestros intereses y propiedades.
- Bien extraño es esto que me pides Hogol, pero como estoy en deuda contigo y te di mi real palabra voy a cumplir lo que me pides, aunque no entiendo porque te preocupas tanto por esa alimaña. - Los Hogol somos gente amante de los animales y pensamos que no se rigen por bondad o maldad, solo les empuja el instinto de supervivencia. Eso en ocasiones les convierte en más humanos que los propios humanos.
- Así se hará entonces. Ahora vamos a celebrarlo por todo lo alto!
Aquella noche en el castillo hubo una grandiosa fiesta en honor del Hogol a la cual acudieron todos sus amigos: Nat, Conrad, Nunci, Alons, Ferrn, Marsal, Toms, Dav y muchos mas...
Ralip, la cocinera real preparó una tortilla en su honor, deliciosa como todas las que hace, por lo que los invitados dieron pronta cuenta de ella.
Emm, una de las bellas damas que gustaban más de los paseos a caballo con Hogol entretenía a todos con sus historias sorprendentes y sus cuentos cómicos.
Y aprovechando que todos sus amigos estaban reunidos decidió darles la noticia de su pronta marcha.
- Porque quieres marcharte Hogol? Quédate con nosotros!!
- Tengo que proseguir mi camino. Me siento a gusto y feliz aquí puesto que vuestra amistad me habéis dado, pero algún día tenía que dejar estas tierras para encontrar mi verdadero reino y creo que ese momento ha llegado.
Las caras de todos mostraron la tristeza que había inundado sus corazones pero no dijeron nada puesto que sabían que en realidad el Hogol había hablado con buen juicio.
Y efectivamente llegó el día en que Hogol montó en su caballo para dejar aquellas tierras y aquellas gentes. Todos salieron del castillo para acompañarle un trozo del camino y cuando llegaron a la cima de la colina que había frente al castillo Hogol detuvo su caballo.
- Cuídate mucho Hogol, te echaremos de menos (dijeron todos a coro)
- Amigos: en el tiempo que he estado con vosotros he aprendido un poco de magia y creo que ha llegado el momento de ponerla en práctica.
Tomó una pequeña bolsa que colgaba del cinto de su vestido, la abrió y sacó de ella una semilla. La lanzó al suelo y luego, al mandar un hechizo sobre ella, empezó a germinar y al instante se convirtió en un gran árbol.
La gente admirada se acercó perpleja al árbol para observarlo de cerca y mientras, Hogol les habló.
- Cada vez que os cobijéis bajo este árbol algo de mí estará aun con vosotros. Y al igual que sus raíces con el tiempo se irán extendiendo, la amistad que siento por vosotros irá creciendo y arraigando en mi corazón.
- Gracias por todo Hogol, buena suerte (dijeron todos)
- Gracias a vosotros por hacerme sentir como en mi propia casa.
Y así fue como, con una sonrisa y una pequeña lágrima el último de los Hogol enfiló el camino hacia su lejana Hogoland.

Autor : Joan Moret
Ilustración : Bernat Muntés

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