La leyenda del Hermano Árbol

E n el bosque de los grandes claros existe uno especialmente singular, puesto que en él habita el Gran Árbol, aunque en realidad todos los Hogol le llaman el 'Hermano Árbol', puesto que un gran cariño sienten por él.
Todos los Hogol conocen al Hermano Árbol y es tradición que cuando un Hogol viene al mundo, sus padres lo llevan ante él para que le conozca. Y es que el Gran Árbol es sabio, eso lo saben todos y también que conoce a todos los Hogol y su historia. No se sabe su edad pero se piensa que el Gran Árbol habita este bosque desde mucho antes que llegaran los Hogol a estas tierras o incluso de su existencia.
Pero no siempre el Gran Hermano fue conocido y respetado por los Hogol. Cuenta la leyenda que el primero en conocer su existencia, hace ya mucho tiempo, fue el pequeño Kalvin.
Kalvin era un pequeño Hogol que gustaba de dar paseos solitarios por el bosque. Fue en uno de esos paseos que casualmente se encontró con el Gran Árbol y enseguida se sintió atraído por él. Era verdaderamente un árbol enorme y ya su altura imponía respeto. Su grueso tronco sostenía unas ramas cargadas de verdes y espesas ramas que, al igual que sus raíces, extendiendose horizontalmente en todas direcciones parecían marcar su propio territorio al resto de árboles que le rodeaban, los cuales ni mucho menos podían competir con él en tamaño y nobleza.
El pequeño Kalvin se pasaba horas enteras junto al árbol. Sin hablar, sin moverse, se sentaba a cierta distancia y lo observaba atentamente.
A veces, cuando el viento soplaba en el bosque, lo observaba balancearse, como si estuviera bailando una extraña danza solo conocida por él. Y él entonces se ponía en pié, extendía los brazos cerrando los ojos y se balanceaba también al compás del viento, al igual que lo hacía el árbol. En esos momentos le parecía distinguir entre los silbidos del viento al atravesar las ramas del árbol una voz que le llamaba, la voz del árbol que le saludaba., la voz de su amigo, puesto que estaba convencido que el árbol era su amigo.
Así fue como el pequeño Kalvin se fue encariñando cada vez más de su nuevo amigo y siempre que podía se escapaba de casa para estar con él.
Un día le contó a su padre acerca del árbol y del cariño y amistad que sentía por él. Pero su padre se mostró muy escéptico al respecto.
- Hijo mío, los árboles no pueden ver a las personas y tampoco hablarles y mucho menos sentir cariño por nosotros.
- Pero padre, yo se que el árbol es mi amigo y que me quiere.
- ¿Y como lo sabes, acaso te lo ha dicho?
- No con palabras, pero cuando estoy cerca de él siento su amistad.
- Hijo, comprendo lo que sientes por ese árbol. Es grande e imponente, lo cual significa que tiene mucha edad. Tu eres joven y de pequeño tamaño comparado con él y es lógico que te sientas admirado y diminuto ante él, pero creeme hijo mío, no hay ningún árbol que pueda verte y hablar contigo. Son seres vivos, pero estáticos y sin consciencia de si mismos. Y aunque lo fueran serian incapaces de comunicarse con nosotros.
- Padre, yo se que ese árbol es mi amigo. Algún día te demostraré que tengo razón.
Y así fue como el pequeño Kalvin salió corriendo de su casa para ir a ver a su amigo. En esta ocasión se llevó un cubo, y cuando llegó al pequeño arroyo que hay en el bosque camino del claro donde vive el árbol, lo sumergió en la fresca y transparente agua. Llenó el cubo y lo sacó del agua con esfuerzo.
Siguió su camino hacia el Gran Árbol, sujetando el cubo con sus dos manitas y resoplando a causa del peso del cubo. Finalmente llegó hasta su gran amigo y sosteniendo aún el cubo se acercó a él. Entonces vertió el agua del cubo en el suelo, junto al enorme y rugoso tronco.
Y fue en ese momento cuando algo extraordinario sucedió puesto que un fruto de árbol cayó justo a los pies del pequeño Kalvin.
El pequeño Hogol se agachó y cogió el fruto del suelo al tiempo que lo observaba atentamente. Alzó la vista para ver las tupidas ramas de un color verde esmeralda que ocultaban por completo los rayos del Sol y finalmente decidió darle un pequeño mordisco al fruto que sostenía en sus manos. Para su sorpresa tenía un sabor dulce y jugoso. Algo extraordinario había sucedido puesto que de todos es conocido que los frutos de este tipo de árbol, a pesar de tener un aspecto apetitoso en realidad tienen un amargo y desagradable sabor.
Kalvin comprendió en ese momento que aquella fruta era un regalo de su amigo. Arrancó a correr de vuelta a casa para contar a todos lo que había sucedido.
Corrió la voz rápidamente en todo el pueblo y en poco tiempo todas las gentes de la aldea se enteraron de la noticia y fueron corriendo al bosque a ver aquel extraordinario árbol. Todos llevaban cubos para poder verter agua al pié del árbol y cierto es que en cada ocasión que alguien vertía el cubo de agua bajo las espesas ramas del Gran Hermano, un fruto caía al suelo. Sin embargo ninguno de ellos tenía el sabor dulce y delicioso del primero. La gente, extrañada lo intentaba una y otra vez pero el resultado siempre era el mismo.
Entonces el pequeño Kalvin se acercó nuevamente a su amigo aferrando con fuerza su cubo, intentando avanzar sin derramar su contenido. Y al igual que hizo la primera vez vertió el agua en la tierra musgosa y verde, justo bajo las ramas del árbol. Y nuevamente cayó un fruto a sus pies, lo recogió y lo mordió sin miedo puesto que efectivamente era de buen sabor como el primero.
La gente asombrada, comprendió en ese momento que aquel era un árbol sabio, puesto que conocía a todos los Hogol y que de entre todos ellos podía distinguir a Kalvin, su pequeño amigo. Todos los Hogol saltaron de alegría y empezaron a bailar en torno del Gran Hermano para celebrar tan gran acontecimiento y para hacerle ver al Gran Árbol que todos los Hogol querían ser amigos de él.
Las fiestas y bailes duraron varios días, puesto que de todos es sabido que a los Hogol les encanta la música y la diversión y que cualquier pequeña excusa es buena para celebrar un bonito baile. Así pues, desde esos días remotos todos los Hogol recién nacidos son llevados ante el Hermano Árbol para que el noble y sabio árbol pueda conocerle desde su infancia. Algunos incluso aseguran que cuando el viento sopla en el claro y el Gran Hermano se balancea como si danzara, una voz silbante y amable les saluda.

Autor : Joan Moret
Ilustración : Bernat Muntés

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